Un plan estratégico no es un papel: es un compromiso

En 2009 me encargaron liderar un pequeño equipo desmotivado de seis personas. La empresa perdía dinero cada año con ellos.
El encargo fue sencillo de decir, pero difícil de hacer: convertir aquello en una división rentable de ingeniería de software.

Por entonces no sabía ni en qué consistía un plan estratégico. Así que hice lo único que podía: aprender mientras caminaba.

Hoy lo miro con perspectiva. Aquel primer plan fue rudimentario, imperfecto y lleno de ensayo-error. Pero funcionó.

En 2020, con la ayuda de Carlos Calvo —un referente en liderazgo y transformación tras toda una vida en Telefónica—, dimos forma al segundo gran plan estratégico.

Aquel plan nos permitió resistir el golpe del COVID, orientar la división hacia el producto propio y la especialización, y preparar a los equipos para un futuro más exigente.

Ahora, en 2025, vuelvo a enfrentarme a ese reto.

No quiero un documento de frases bonitas. Quiero un rumbo real, compartido y exigente.

Porque un plan estratégico no es un papel.
Es un compromiso.

Y cuanto más imperfecto y vivo sea, más útil resulta.

🔹 ¿Tú cómo lo ves? ¿El plan es un formalismo… o una herramienta real de liderazgo?

Me encantará leer experiencias (buenas o malas) de quienes hayan vivido la construcción —o la falta— de un rumbo claro en su organización.



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